Rudesindo
Delgado*
* Delegado
Diocesano de Pastoral de la Salud de Tarazona.
Resumen
La muerte
forma parte de la vida, aunque la cultura actual se empeñe en ocultarla.
A la luz de
las reflexiones aportadas por la Pastoral de la Salud de la Iglesia española,
el autor trata de dar pistas acerca de cómo afrontar personalmente la última
etapa de la vida y de cómo pueden ayudar los pastoralistas y quienes se encuentran
cerca del enfermo en sus últimos momentos para ayudarle a morir de un modo más
humano y cristiano.
PALABRAS
CLAVE: enfermo, morir, acompañar, humanizar, pastoral de la
salud
Pastoral care for death.
Pastoral care for living the end of life
Abstract
Death is part of life, even if contemporary culture tries to hide it. In
the light
of the reflexions provided by the Pastoral Health Care of the Church in
Spain
the author tries to make suggestions about how to face the final stage of
life personally
and about how those providing pastoral care and those who are close to
the patient can, in his final moments, help him to die in a more humane and
Christian
manner.
KEY WORDS: sick person, dying,
accompany, humanize, health pastoral care
Introducción
«La cultura
actual oculta, silencia e ignora la muerte. Pero es una realidad innegable que
la muerte forma parte de la vida. Antes o después, nos encontramos con ella y
tenemos que encararla. Hoy es más difícil que en otras épocas afrontar la
muerte, vivir el morir y ayudar a los otros a que tengan una muerte digna»1. ¿Cómo se
vive hoy el morir?; ¿cómo lo viven los enfermos?; ¿qué necesitan?; ¿qué aporta
la fe?; ¿cómo aprender a morir como un acto culminante del vivir?; ¿qué podemos
y estamos llamados a hacer para promover un morir más humano? Son algunas de
las preguntas que nos hacemos con frecuencia, no solo quienes por vocación o
dedicación estamos al lado de los enfermos, sino también todos los que ocasionalmente
han de estar junto a un ser humano, familiar, amigo o conocido, en estas
circunstancias. De forma breve, y con el riesgo de simplificar una realidad tan
compleja, voy a ofrecer una respuesta a estas preguntas a la luz de las
reflexiones y aportaciones realizadas por la Pastoral de la Salud en la Iglesia
española.
1. ¿Cómo se
muere hoy?
Los cambios
socioculturales en relación con la muerte están conduciendo al hombre de hoy a
vivir de espaldas a la muerte.
La muerte ha
cambiado de «escenario». Antes se moría en casa, rodeado de los seres queridos.
Hoy, aunque aumenta el número de los que mueren en casa, una gran mayoría muere
en el hospital. La muerte ha cambiado de «protagonista». Antes era el propio
enfermo.
Hoy el final
de la vida depende, en muchos casos, de la voluntad o discreción de los
médicos. Gracias a los cuidados paliativos, el enfermo está teniendo un mayor
protagonismo.
Ha cambiado,
asimismo, la «forma ideal de morir». En otros tiempos era la muerte mirando al
porvenir, abierta al futuro, con una preparación consciente y lúcida. Para los
creyentes, que lo eran en gran número, recibiendo los últimos sacramentos y los
auxilios espirituales. «Líbranos, Señor, de la muerte repentina e imprevista», se pedía
en la Letanía de los Santos.
Hoy, sin
embargo, se prefiere en general una muerte rápida, instantánea, sin sufrimiento,
sin darse cuenta y, en un número cada vez mayor de personas, sin referencia al
futuro. «¿Se enteró? ¿Se dio cuenta de que se moría? ¿Sufrió
mucho?» son preguntas que hacen con frecuencia los
familiares.
La «buena
muerte» de antaño ha dado paso hoy, al menos en el deseo de muchos, a la «bella
muerte» o a la «muerte dulce»2.
2. ¿Cómo
vive hoy el enfermo el proceso de morir?
Cada enfermo
vive a su manera el proceso del morir, en función de una serie de factores,
como son su carácter, su edad, su historia personal, el tipo de enfermedad que
padece, la idea e interpretación de la muerte, el entorno que le rodea, la
familia, etc.
Hay, sin
embargo, algunas vivencias comunes que están presentes con mayor o menor
intensidad en todos los enfermos. La doctora E. Kübler- Ross3 identificó y
describió cinco fases o etapas del moribundo. No todos los enfermos que mueren
pasan por esas cinco fases, ni siempre se suceden estas en el mismo orden. Su
conocimiento ha servido a muchos médicos, al personal de enfermería, a los
capellanes y a los familiares para acompañar de manera más humana y positiva a
sus enfermos.
1. Negación. La primera
reacción, tras el choque que produce
la noticia de una enfermedad grave, es el aturdimiento y la negación: «¡No me
lo puedo creer!». «¡No puede ser verdad!». «No han acertado conmigo». «No es
tan serio como dicen», etc. Así lo sienten y se expresan muchos pacientes. La
negación no solo se usa durante las primeras fases de la enfermedad o después
de afrontar la verdad, sino, en muchas ocasiones, a lo largo de toda la
enfermedad. «No se puede mirar al sol todo el tiempo ni contemplar a todas las
horas la muerte», dice Elisabeth.
2.
Cólera-ira-rebeldía. El enfermo se pregunta: «¿Por qué a mí? ¿Qué he hecho
yo para estar así?» A menudo proyecta su enfado y echa la culpa a la familia,
al personal médico y de enfermería, a sí mismo y a Dios. Y se torna agresivo,
rebelde y difícil. Todo le molesta, y se enfada por cualquier motivo. Su
comportamiento provoca desconcierto en unos y agresividad en otros.
3.
Pacto-sumisión-regateo. Si se le ha permitido exteriorizar su enfado y rebeldía,
el enfermo pasa a una fase de sumisión y regateo. Se somete dócilmente a quien
le puede curar: «Haré todo lo que usted me pida, doctor ». El enfermo es consciente
de lo que le pasa, pero hace promesas de ser mejor, de cambiar de vida, de
dejar esto o aquello...; y se conforta creyendo en su eficacia. Y también de
las promesas a Dios y sus intermediarios, los santos.
4.
Depresión-desánimo-pena. Cuando el paciente comprueba que su negación, su
cólera o sus pactos no le quitan su mal, suele caer en una especie de
depresión. Tiende a aislarse. No desea hablar con nadie. Se niega a comer y
deja de luchar. Comprende que va a morir y siente un pesar grande, porque está
a punto de perder todas las cosas y todas las personas a quienes ha querido. Es
una fase de tristeza preparatoria y silenciosa que puede dar paso a la última
fase y lo va preparando para la aceptación pacífica del final.
5.
Aceptación-resignación-paz. El paciente acepta con paz y serenidad lo inevitable:
«Estoy dispuesto a partir, ha llegado la hora». Se siente cansado y débil.
Necesita liberarse de todo cuanto le une a este mundo y desea quedarse solo.
Como en los primeros años de su vida, necesita de una persona cariñosa que se
ocupe de él.
3. ¿Qué
necesita el enfermo terminal?
En la fase
final de su vida, el enfermo tiene una serie de necesidades: fisiológicas, psicológicas
y espirituales. Es muy importante identificarlas y atenderlas. Son muchos los estudios
y las publicaciones sobre las necesidades del enfermo terminal. En los últimos
tiempos se está prestando una gran atención a las necesidades espirituales y
religiosas.4
Necesidades
fisiológicas. El enfermo necesita suprimir o aliviar los dolores físicos
y lograr así el mayor bienestar corporal posible. A ello contribuyen diversos
cuidados: analgésicos, sedantes, cambio de postura, adecuada nutrición,
higiene, sueño, descanso, etc.
Necesidades
psicológicas. El enfermo necesita confiar en la competencia del personal
que le cuida, tener la certeza de no ser abandonado, recibir información periódica
y comprensible, ser reconocido como persona, amar y ser amado, ser escuchado,
comprendido, acogido y acompañado en cada etapa de su enfermedad, ser respetado
en su proceso emocional, quejarse o llorar, hablar o callar, bendecir o
blasfemar.
Necesidades
espirituales. El enfermo necesita curar las heridas causadas por la
toma de conciencia de la propia finitud: miedo, angustia, sensación de impotencia
y de abandono, desesperación ante lo desconocido. Necesita releer su propia
vida y encontrarle un sentido en esa situación, sentirse aceptado y aceptarse,
reconciliarse consigo mismo, con los demás y con Dios, despedirse en paz,
ponerse confiadamente en las manos de Dios.
4. Jesús y
la muerte
Jesús es
modelo y referencia para el cristiano en la vida y en la muerte. En él aprende
a morir y a cultivar en su vida actitudes que conducen a una muerte cristiana.
Jesús va
libremente a la muerte y realiza la entrega definitiva de la vida en el amor. La muerte
no le sorprende, sino que él va hacia ella, la domina. «Yo me desprendo de mi
vida... Nadie me la quita, yo la doy voluntariamente. Este es el encargo que me
ha dado el Padre» (Jn 10,10-11.17-18) «El hijo del hombre ha venido a servir y
a dar la vida por muchos» (Mc 10,45). Vivió su servicio curando, acogiendo,
bendiciendo, perdonando, ofreciendo el perdón gratuito y la salvación de Dios.
Murió como había vivido.
No le fue
fácil aceptar el final. A la hora de la verdad, vive una lucha interior angustiosa.
Incluso pide a Dios que lo libere de aquella muerte tan dolorosa. Jesús está
profundamente triste. Ora, y en el encuentro con el Padre encuentra la fuerza
para ser fiel a la misión que ha recibido de Él.
Experimenta
el abandono de los suyos, el silencio de Dios. Pero confía en Él y le entrega
la vida en el amor a Él y a sus hermanos: «Padre, todo está cumplido; a tus
manos encomiendo mi espíritu».
Jesús preparó
a sus discípulos para poder afrontar su muerte. El
evangelista Juan recoge las palabras inolvidables de Jesús en la cena de
despedida: «Hijos míos, ya poco tiempo voy a estar con vosotros» (13,33). «No
se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios: creed también en mí» (14,1). «Estáis
tristes ahora, pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón, y vuestra
alegría nadie os la podrá quitar» (16,22). «Os dejo la
paz» (16,27-28).
5. Acciones
para ayudar a vivir el morir
«Ayudar a
bien morir es uno de los mayores bienes que podemos hacer a los otros. Los
cristianos hemos de anunciar el evangelio de la muerte que conduce a la vida»5.
Desde hace
años, la Iglesia española viene prestando su atención y dedicando
no pocos
esfuerzos a «evangelizar el morir». Hago memoria tan solo de algunas de sus
acciones: el Simposio Internacional sobre el Acercamiento al Moribundo (Madrid
1975)6; el Seminario sobre la eutanasia, organizado por los
profesionales sanitarios cristianos (PROSAC) en 1988, cuyas conclusiones fueron
asumidas en el Plan de acción de la Conferencia Episcopal Española sobre la
eutanasia y la asistencia al bien morir (1989); la Campaña del Día del Enfermo
del año 1993, dedicada a Vivir el morir bajo el lema «La vida
sigue. No tengas miedo»7; el Congreso «Iglesia y Salud», celebrado en Madrid
en 1994, dedicó uno de los sectores de trabajo a los enfermos terminales8; la labor
de las Congregaciones Religiosas Sanitarias, tanto en la asistencia a los
enfermos terminales9 como en la formación y capacitación del personal y
voluntariado que los atiende10.
Seguidamente,
expongo las acciones mediante las cuales la pastoral ayuda a vivir el final de
la vida.
5.1.
Educar para vivir el morir
Vivir el
propio morir no se improvisa; requiere una preparación previa, sobre todo en
las actuales circunstancias, en las que se vive, en general, de espaldas a esas
realidades, considerándolas como algo totalmente negativo y, por tanto, a
evitar a toda costa. Hay que reintroducir con naturalidad el hecho de la muerte
en nuestros esquemas mentales y asumir la responsabilidad de llenar de
humanidad y compasión el proceso del morir. «Buena muerte o mala muerte, / eso
es todo, compañero. / Hay que ensayarla despacio, / día a día y tiento a
tiento» (Gerardo Diego).
La comunidad
cristiana debe asumir la tarea de educar para vivir con sentido la enfermedad y
el morir, de la misma forma que se ocupa de educar para otras realidades de la
vida humana.
La educación
ha de cultivar y fomentar aquellas convicciones y actitudes que facilitarán en
su momento la aceptación y vivencia de la propia muerte. He aquí algunas
actitudes que considero fundamentales: aceptar nuestros límites; tomar
conciencia de que la vida no está en nuestras manos; ir muriendo las muertes
particulares en la vida (cambios, pérdida de los seres queridos, fracasos
afectivos, pérdida del puesto de trabajo, la jubilación, la vejez...); ser
fieles a Dios en todo.
Esta
necesaria, urgente y difícil educación ha de comenzar por abrir a la gente
–niños y jóvenes incluidos– a la realidad del morir. La catequesis ha de
permitir abordarla, tomar conciencia de que forma parte de la vida y cultivar
las actitudes que facilitarán la aceptación y vivencia de la misma con madurez11. ¿Está
presente el tema del morir en la catequesis de los niños, en la formación de
los jóvenes y de los adultos?
Una gran
ocasión para evangelizar el morir y la muerte son los «funerales». A ellos
asisten creyentes y no creyentes, practicantes y no practicantes. ¿No habría que revisar a fondo la celebración
y lo que se predica?
Porque
¡cuánto bien y cuánto daño se puede hacer...! Un buen medio para promover la buena muerte entre los
cristianos es la difusión del «Testamento vital» de la Conferencia Episcopal
Española12, pues brinda una excelente ocasión para reflexionar
sobre la vida, el sufrimiento, el morir y el más allá. Es una profesión de fe
en la vida como don de Dios, y en la muerte como acontecimiento final de la
existencia terrena y como paso que abre el camino a la vida que no se acaba
junto a Dios. Manifiesta cómo desea uno morir, pide ayuda
para asumir
humana y cristianamente la propia muerte y dice que desea prepararse para
vivirlo en paz, con la compañía de los seres queridos y el consuelo de la fe
cristiana.
5.2.
Ayudar el enfermo a morir en paz
Ayudar al
enfermo a morir en paz y en el Señor Jesús es algo que no puede hacerse a
distancia: hay que acercarse al enfermo, sentir «su olor». Hay que estar junto
al enfermo, acompañarle con el estilo de presencia que vemos en Jesús de
Nazaret. Señalo algunas pistas para vivir esta presencia junto al enfermo grave.
Acercarnos
con delicadeza y humildad. No se puede ayudar al enfermo a distancia. Hay que
acercarse a él y adentrarse en lo que está viviendo, movidos por la compasión y
el deseo de consolar, alentar y servir de apoyo. Es preciso hacerlo con
discreción y respeto, con los pies descalzos, como decía Martín Descalzo, pues
la tierra que pisamos es sagrada. Estar a su lado sin prisas ni paternalismos,
dejando y facilitando que él sea el protagonista.
Arropar. El que
sufre está a la intemperie y necesita ser arropado. Hemos de cuidar que nuestra
relación con él sea cálida, amorosa. En esta etapa final de la vida, la
comunicación más importante se hace por medio del gesto y del tacto. Tomar su
mano, acariciarle, darle un beso o un abrazo transmite al enfermo calor, apoyo
y solidaridad.
Acompañar. El camino
que cada enfermo recorre es, generalmente, largo y costoso y pasa por múltiples
y variadas etapas y estados de ánimo.
Acompañar al
enfermo conlleva mostrarle confianza y amor, preocuparse por todo sin preocuparlo, aguantar sus rarezas sin
incomodarse, hacerle el bien sin crear dependencias, infundir ánimo, fuerza y
esperanza, estar disponible sin imponer, dejarle espacios de soledad y de
silencio13.
Sonreír. Una sonrisa
levanta el corazón; acerca a las personas; transmite paz; despierta buenos
pensamientos; lleva esperanza y abre horizontes al que está agobiado; ofrece
confianza y seguridad al que vive angustiado o deprimido.
Respetar. Cada
enfermo es único e irrepetible, tiene su personalidad, su entorno familiar y
social, su nivel de fe, y pasa por etapas diversas en el itinerario de su
enfermedad. Hemos de respetar profundamente sus creencias, sus sentimientos,
sus ritmos, sus silencios, sus decisiones, «sus niveles de fe cristiana, para
actuar siempre gradualmente, con discreción y pudor»14.
Escuchar con
atención. El enfermo necesita que alguien le escuche y le dé
la oportunidad de hablar de sus miedos, sus penas y sus alegrías, sus deseos y
sus esperanzas, sus sentimientos y sus carencias; alguien que sepa leer lo que
dice con sus palabras y sus silencios, sus gestos y su mirada; alguien que le
ayude a descubrir sus recursos. Escuchar requiere sensibilidad, capacidad para
sintonizar, saber leer lo que el otro nos dice con sus palabras y, sobre todo,
con sus silencios, sus gestos y su mirada. Escuchar es un arte. Hay que aprenderlo y adiestrarse en él.
Guardar
silencio. Hay que aprender a estar callados, a dar paso al
silencio. Ante el misterio del dolor, la actitud más convincente es, muchas
veces, el silencio atento, vigilante, solícito y compasivo que entra en
comunión con el dolor del otro y lo comparte. Con frecuencia, las palabras son
inoportunas e inútiles y, en ocasiones, causan daño. «¡Sois unos consoladores
inoportunos!»15, dice Job a sus amigos. «El cristiano –afirma Benedicto
XVI– sabe cuándo es tiempo de hablar de Dios y cuándo es oportuno callar sobre
Él, dejando que hable solo el amor. Sabe que Dios es amor (1 Jn 4,8) y que se
hace presente justo en los momentos en que
no se hace
más que amar»16.
Hablar al
corazón. Solo las palabras que salen del corazón y hablan al
corazón del enfermo confortan, consuelan, serenan, animan, guían y orientan, dan
vida e infunden esperanza. Son palabras que se guardan, se agradecen y jamás se
olvidan17. Es bueno hablar al que ya está inconsciente y decirle
palabras de cariño, de gratitud, de despedida, de que Alguien le espera en la
otra orilla, etc.
Ayudarle en
la búsqueda de sentido. «El moribundo necesita encontrar un sentido a la
vida en esta situación de sufrimiento, para no caer en la desesperación.
El
acompañante pastoral ha de unirse al enfermo en la búsqueda de dicho sentido,
sin imponer su punto de vista. Su estilo de presencia, profundamente respetuosa
y comprensiva con el enfermo, puede ser para este una fuente de sentido»18. Encontrar
el sentido libera, da paz, genera energías.
Fomentar
actitudes y comportamientos positivos. El que
acompaña al enfermo ha de ayudarle a discernir sus actitudes y comportamientos
y a cultivar los que son positivos: mantener una actitud vital, confiar y
colaborar activamente con el personal sanitario, asumir la propia debilidad, preocuparse
por los otros, no abusar de quienes lo cuidan, ser agradecido, ser indulgente
con los otros, etc.
Apoyar sus
esperanzas y abrirle a la Esperanza. No es
fácil ser testigo de la esperanza allí donde la fragilidad humana contraría el
deseo de vivir. La fe y la esperanza en Cristo muerto y resucitado nos llevan a
creer que el sufrimiento no tiene la última palabra, que puede ser vivido como
una oportunidad para el amor, el único capaz de vencer a la misma muerte. «Sé que voy a
perder mi vida –escribió Martín Descalzo–, pero no
importa, seguiré, sigo jugando. / Y, aunque sé que me estoy desmoronando, / voy
a esperar, sigo esperando, espero».
Orar. Orar por
los enfermos que nos lo piden. Orar con quienes lo desean, ayudándoles a
convertir su camino en camino con Dios por medio de la oración, que unas veces
será de queja, interrogante, grito...; otras, de agradecimiento; otras, de
entrega confiada; otras, de súplica y de intercesión por los demás; y otras, de
contemplación del misterio o de alabanza y glorificación de Dios19. «La
Iglesia, al llegar el momento de la muerte, no abandona al cristiano, sino que
le ayuda a hacer su tránsito a la Vida eterna en unión con Cristo y lo entrega
a la Iglesia celeste por medio de la oración. Su presencia allí, en esos
momentos, es ciertamente compañía, consuelo y plegaria. Mientras el moribundo
es consciente,
la Iglesia
ora con él y por él, para ayudarle a vencer la angustia natural de la muerte,
uniendo su muerte a la de Cristo, que por su muerte venció la nuestra. Cuando
el enfermo no puede ya rezar, la Iglesia ora por él y lo entrega a la Iglesia
celeste»20.
Celebrar los
sacramentos. «Los sacramentos son momentos únicos en la vida del
enfermo y de la comunidad si se celebran debidamente. Gracias a ellos, Jesús el
Señor está hoy junto al enfermo y le acompaña en su enfermedad para vivirla en
la fe. La Iglesia ofrece al enfermo, para cada etapa de su camino, el
sacramento que le ayuda a recorrerlo.
En el sacramento de
la reconciliación, por mediación de la Iglesia, Dios sale el encuentro
del cristiano enfermo, débil y pecador, lo acoge con misericordia y le dice:
«Tus pecados quedan perdonados... Levántate y anda».
En la Unción21, Cristo
resucitado se acerca con amor al enfermo para aliviar sus angustias, mitigar
sus dolores, aliviar su esperanza, confortarlo en su enfermedad y darle fuerzas
para afrontarla con entereza y vivirla con paz. En la Comunión alimenta y
fortalece la fe del enfermo, le ayuda a descubrir el sentido de entrega a Dios
y al prójimo que Cristo da a la vida»22.
En el Viático23,
«sacramento del tránsito de la vida que marca la última etapa de la
peregrinación que inició el cristiano en su Bautismo, el fiel, robustecido con
el Cuerpo y la Sangre de Cristo, se ve protegido por la garantía de la
resurrección»24.
5.3.
Atender a la familia del enfermo
La familia
del moribundo, cuyo papel en el cuidado del mismo es insustituible, se ve profundamente
afectada y necesita atención y apoyo. Hemos de estar cercanos a ella, tener
presentes sus necesidades, especialmente las espirituales, y ofrecerle la
atención pastoral que precise en cada momento.
En la etapa
que precede a la muerte, hemos de ayudar a la familia a afrontar la situación,
a prepararse para la separación con esperanza, aceptando sus reacciones,
posibilitándole su expresión, caminando a su lado con profundo respeto y
ofreciéndole los recursos de la fe. Los momentos que siguen a la muerte de un
ser querido son especialmente significativos para la familia y constituyen un
espacio privilegiado y delicado para la pastoral. Hemos ser sensibles y estar
atentos a su estado de ánimo y acercarnos con un rostro humano que dé expresión
a la voz del corazón.
Un abrazo,
un apretón de manos, la mera presencia física y una oración serena y sentida
será la ayuda mejor para la familia25.
5.4.
Colaborar en la humanización del morir
Humanizar el
morir es una gran necesidad. La medicina moderna ha acentuado el predominio de
la técnica, pero olvida la dimensión humana del enfermo. Hay que humanizar el
morir allí donde este acontecimiento tenga lugar, es decir, en el hospital, en
la propia casa o en las residencias de ancianos e incurables. Humanizar el
morir comporta considerar al enfermo como persona responsable y protagonista de
su vida, asistirle en todas sus necesidades y crear en torno al mismo un clima de
serenidad y de paz. No se podrá humanizar el morir mientras las Instituciones
sanitarias sigan dando la espalda a ese hecho y los profesionales sanitarios no
tomen conciencia de su tarea insustituible junto al que lo está viviendo.
La puesta en
marcha y el buen funcionamiento de los Cuidados Paliativos, en el
hospital y a domicilio, han contribuido de manera eficaz a la humanización del
morir26.
5.5.
Formar para ayudar al enfermo en su fase terminal
La falta de
preparación impide a quienes están con enfermos graves relacionarse de verdad
con ellos. De ahí que una de las acciones fundamentales en estos momentos sea
promover la formación del personal que trata con este tipo de enfermos y del
que se prepara para hacerlo un día.
Esta
formación ha de ayudarles a ser capaces de conocer e integrar sus propios
sentimientos y emociones de cara al enfermo y a la muerte. A menudo, los que
atienden a los enfermos graves no son conscientes de las propias reacciones, lo
cual motiva que su acercamiento y sus actitudes se guíen más por mecanismos de
defensa que por un deseo de responder a las necesidades reales de los enfermos.
La formación
ha de ayudarles a comprender la naturaleza y evolución de las emociones que el
enfermo vive de cara a su muerte próxima, capacitarles para identificar las
necesidades de los pacientes y de sus familiares, adaptando sus cuidados a las
mismas, y relacionarse en verdad con los pacientes.
La Pastoral
de la Salud y sus organismos, conscientes de la importancia de la formación,
han dedicado esfuerzos y tiempo, en los agentes de pastoral, a suscitar interés
por formarse y a ofrecerles cauces sencillos para hacerlo.
5.6.
Concienciar a las comunidades cristianas sobre su responsabilidad de acompañar
al enfermo grave y a su familia
Es la
comunidad cristiana, toda ella, la que ha recibido del Señor Jesús la misión de
mostrar a los enfermos su fe en un Dios solidario del hombre hasta la muerte,
el cariño y la ternura de Dios para con el enfermo, la esperanza que Él nos
trajo, el valor y la dignidad de la persona humana, y la muerte como tránsito a
la vida y encuentro definitivo con el Padre.
Esta bella y
evangélica misión se irá realizando en la medida en que las comunidades
cristianas tomen conciencia de su responsabilidad de acompañar a sus enfermos y
la asuman como una actividad relevante dentro de sus planes pastorales.
«La Iglesia
está llamada a dar el testimonio de la caridad operante, especialmente en los
casos de enfermos graves que necesitan cuidados paliativos, así como una
adecuada asistencia religiosa. El esfuerzo conjunto de la sociedad civil y de
la comunidad de los creyentes debe orientarse a que todos puedan no solo vivir
de forma digna y responsable, sino también atravesar el momento de la prueba y
de la muerte en la mejor condición de fraternidad y solidaridad, incluso cuando
la muerte se produce en el seno de una familia pobre o en el lecho de un
hospital»27.
«Doy gracias
a Dios por haber pasado por esta enfermedad –escribe JESÚS SANTAMARÍA, sacerdote
de Logroño, en su testamento vital–. De algo hay que morir... Lo triste es que
nuestra sociedad no nos prepara para ello. Dios se me ha hecho presente en los
médicos, enfermeras y trabajadores del Sistema Hospitalario, signo del reino.
Su sabiduría y amabilidad lo han hecho patente. También he descubierto a Dios en la familia. Ellos han
sido el equipo de apoyo permanente, sin reservas, de día y de noche. He
descubierto la cercanía de Dios en el dolor contenido y expresado, en el no
poder hacer... y tener que depender... Mi enfermedad y mi talante ante la misma
han evangelizado mucho más que todos mis sermones... Y por ello doy gracias a
Dios.»
«Han pasado
ya tres meses largos desde que recibí el diagnóstico, y no puedo engañaros
–escribe ANA, Delegada de Pastoral de Juventud de Barcelona–. Esto
es duro: una parada tan fuerte; un saber que estás enfermo y aceptarlo;
sentirse tan floja que por nada me canso, me cuesta respirar; un aceptar que el
tratamiento te deja más
fastidiada;
un saber que es un camino largo... Nunca como ahora sé lo que quiere decir
estar en manos de Dios. Me siento muy amada por esta diócesis y doy gracias a
Dios».
«Dios lo ha
querido, y yo lo acepto –escribe en su carta de despedida XAVIER JOUNOU, alcalde de
Solsona–. Marcho conformado, tranquilo y sereno, pero con el alma sobrecogida
por todas las personas estimadas que dejo. Ser cristiano me ha marcado
profundamente en la vida. Me he sentido siempre cerca de la gente sencilla que
trabaja en sus parroquias, de la gente que por amor a Cristo se da de manera
humilde y nada ruidosa. Me voy, si me quiere, con el Hijo del carpintero de
Nazaret, mi guía en esta vida terrenal. Aquí, cerca de la Virgen María del
Claustro, os digo adiós. Dios lo ha querido, y yo lo acepto y le pido que os
ayude a aceptarlo a vosotros. ¡Que en el cielo nos podamos reencontrar todos
juntos. Me llevo todo vuestro amor y todo vuestro afecto dentro de la cajita de
mi corazón!».
«Ahora
quedamos los solos para nuestra despedida –relata MARYSIA, la viuda
de Narciso Yepes–. De vez en cuando, le digo: “Vuela, amado mío, amado de Dios;
vuela ya, que nuestro amor te acompañe, el de todos nosotros, tus hijos, tus
nietos, toda tu familia. Vete ya con Dios, con nuestro hijo, con tu madre.
Seguro que salen a buscarte”.
Mis manos
rodean su cabeza... Son mi definitivo y último contacto de amor físico. Son la
plataforma de lanzamiento hacia el Todo. “Te amaré siempre. Vuela al regazo del
Padre. Ve, que Cristo resucitado ya te aguarda”... Tres inspiraciones largas
seguidas... El cohete imparable de tu vida sale hacia la Luz. Llegan los hijos,
y el abrazo que nos damos es casi de gozo, por la seguridad de que tú has
alcanzado la meta que tanto anhelabas. Oramos en silencio, te damos las
gracias, te deseamos tanta felicidad como la que tú, Narciso, nos has dado con
tu presencia»29.
«Cercana ya
su muerte –relata Margarita, hermana de JAVIER OSÉS, obispo de Huesca–,
con mucho coraje y serenidad nos dijo que moría y se despidió de todos
diciéndonos que había llegado el momento más importante de su vida. Pidió el
crucifijo, lo besaba y con voz clara y firme daba gracias a Dios por la familia
que había tenido, por ser cristiano, porque Dios le había llamado al
sacerdocio, por ser obispo de la diócesis de Huesca. “Ofrezco mi vida por los
sacerdotes y por los oscenses. Gracias, Señor, porque me llevas contigo...
Tengo mucha
paz y alegría. Dios es Amor y es Paz... Buscad siempre a Dios y su voluntad.
Vivid para Él. Preocupaos de los demás y dejad que la vida vaya transcurriendo.
Mi vida ha estado en Dios. He vivido para Él, y ahora me lleva con Él. Estoy
feliz”».
1. COMISIÓN EPISCOPAL DE PASTORAL, Vivir el
morir. Mensaje del Día del Enfermo
1993.
2. Cf.
Javier DE LA TORRE, Pensar y sentir la muerte. El arte del buen morir,
Universidad
Pontificia
Comillas / San Pablo, Madrid 2012, 201-249.
3. Elisabeth
KÜBLER-ROSS, Sobre la
muerte y los moribundos, Grijalbo, Barcelona
1989.
4. Cf. J. T.
THIEFFREY,
«Necesidades espirituales del enfermo terminal»: Labor
Hospitalaria
225-226
(1992), 222-236; Anna RAMIÓ JOFRE (coord.), Necesidades espirituales
de las
personas enfermas en la última etapa de sus vidas, PPC,
Madrid 2009;
José Carlos
BERMEJO, «El
acompañamiento espiritual. Necesidades espirituales de
la persona
enferma»: Labor Hospitalaria 278 (2005),
21-48; Francesc TORRALBA,
«Necesidades
espirituales del ser humano»: Labor Hospitalaria 271 (204)
7-16; ID.,
«El
acompañamiento espiritual a los no creyentes: Diálogo y empatía»: Labor
Hospitalaria
278 (2005),
56-66.
5. COMISIÓN EPISCOPAL DE PASTORAL, Vivir el
morir. Mensaje del Día del Enfermo
1993.
6. Las Actas
del Simposio se publicaron en el libro Morir con dignidad, Marova, Madrid
1976.
7. «Labor
Hospitalaria», revista de los Hermanos de San Juan de Dios de la
Provincia
de San
Rafael, publicó el número monográfico Vivir el morir con todos
los materiales
de la
Campaña.
8. Cf. Síntesis del
Sector en Departamento de Pastoral de la Salud, Congreso y Salud, Edice,
Madrid 1995,
pp. 393-398.
9. Los
Hermanos de San Juan de Dios y los Religiosos Camilos han puesto en marcha
«Unidades de
Cuidados Paliativos» en sus centros.
10. El
Centro de Humanización de los RR. Camilos ha organizado numerosas jornadas
y cursos de
formación dedicados al acompañamiento del enfermo terminal y ha
publicado un
buen número de libros sobre el morir. Doy referencia de algunos: Arnaldo
PANGRAZZI, Vivir el
ocaso. Miedos, necesidades y esperanzas frente a la muerte,
PPC, Madrid
2007; La pérdida de un ser querido. Un viaje dentro de la
vida, San Pablo,
Madrid 1993;
Ángel CORNAGO, El paciente terminal y sus vivencias, Sal
Terrae,
Santander
2007; José Carlos BERMEJO, Acompañamiento espiritual en cuidados paliativos,
Sal Terrae,
Santander 2009; ID., Humanizar el sufrimiento y el morir, Sal
Terrae,
Santander 2010; Juan José VALVERDE, Completar la
vida. Primeros pasos en
el camino del
buen morir, Sal Terrae, Santander 2014.
11. Montse ESQUERDA y Anna María
AGUSTÍ nos ofrecen
orientaciones sobre «Cómo
hablar de la
muerte a los niños» y «Cómo hablar de la muerte en la escuela», junto
con un
elenco abundante de actividades, bibliografía, cuentos y películas sobre
el tema, en El niño ante
la muerte, Editorial Milenio, Lleida 2012. Herminio OTERO
nos ofrece
pistas sobre «Cómo tratar el tema de la muerte con los jóvenes» en
Labor
Hospitalaria 225-226 (1992), 264-268. El DEPARTAMENTO
DE PASTORAL DE
LA SALUD editó la
catequesis de jóvenes La vida sigue. No tengas miedo. Aprender a
vivir,
aprender a morir. Cf. Los 10 Días del Enfermo en la
Iglesia española, Edice, Madrid
1994,
205-212.
13. José
Carlos BERMEJO, «Cómo acompañar la última etapa»: Sal Terrae 88/10
(Noviembre
2000),
799-811; María Dolores LÓPEZ GUZMÁN, «Vendar las heridas.
Acompañar el
dolor y la curación»: Sal Terrae 99/3 (Marzo 2011), 227-240; José
María GALÁN, «Cuidar y
acompañar en el sufrimiento»: Sal Terrae 98/7 (Julio
2010),
613-626.
14. Ritual de la
Unción y Pastoral de Enfermos. Orientaciones doctrinales y pastorales del
Episcopado
Español, 55.
15. Jb 16,
1.
16. BENEDICTO XVI, Deus caritas
est, 31.
17. Para profundizar
en este rasgo, véase mi ponencia en el IX Encuentro de santuarios
de España
«“Consolad, consolad a mi pueblo”. Los santuarios, sacramento del consuelo
», en
Josep-Enric PARELLADA (ed.), Los
santuarios, sacramento de consuelo y signo
de esperanza, Edice,
Madrid 2007, 27-66.
18. COMISIÓN EPISCOPAL DE PASTORAL, La asistencia
religiosa en el hospital. Orientaciones
pastorales, Edice,
Madrid 2007, 96.
19. Cf.
«Orar en la enfermedad»: Labor Hospitalaria 262 (2001);
Arnaldo PANGRAZZI,
En mi dolor
te invoco, Señor. Oraciones en la enfermedad y el dolor, Sal
Terrae, Santander
2002; «Orar
en el dolor y en la enfermedad», en Abilio FERNÁNDEZ (ed.),
Dando vida,
sembrando esperanza. Temas de formación de Pastoral de la Salud, Edice,
Madrid 2010,
117-130.
20. Ritual de la
Unción y Pastoral de Enfermos. Orientaciones doctrinales y pastorales del
Episcopado
Español, 82 y 83.
21.
«Celebrar la Unción, sacramento del consuelo y de la ternura de Dios», en
Abilio
FERNÁNDEZ (ed.), Dando vida,
sembrando esperanza. Temas de formación de Pastoral
de la Salud, Edice,
Madrid 2010, 131-150.
22. COMISIÓN EPISCOPAL DE PASTORAL, Los
sacramentos en la enfermedad. Celebra la vida.
Mensaje del
Día del Enfermo 1994.
23. Cf.
Jesús CONDE, «El Viático: la Eucaristía en las catacumbas pastorales»:
Labor
Hospitalaria 289-290
(2008), 75-98.
24. Ritual de la
Unción y Pastoral de Enfermos. Orientaciones doctrinales y pastorales del
Episcopado
Español, 77 y 78, «Praenotanda», 26.
25. COMISIÓN EPISCOPAL DE PASTORAL, La asistencia
religiosa en el hospital. Orientaciones
pastorales, Edice,
Madrid 2007, 107-110; «La familia del enfermo», número
monográfico
de Labor Hospitalaria 201 (1989);
Arnaldo PANGRAZZI, «El acompañamiento
de la
familia del enfermo»: Labor Hospitalaria 303 (2012),
22.
26. Para una
mayor información de los Cuidados Paliativos, cf. Web de la Asociación
Española de
Cuidados Paliativos (SECPAL): http://www.secpal.com
27. BENEDICTO XVI, «Junto al
enfermo incurable y al moribundo: orientaciones éticas y operativas» (Discurso a
los participantes en el congreso organizado sobre el tema
por la
Academia Pontificia para la Vida), 25 de febrero de 2008.
28.
«Diferentes modos de vivir el morir. Testimonios»: Labor
Hospitalaria 225-226
(1992),
243-257; Rudesindo DELGADO, «El poder curativo de la fe en la enfermedad,
Testimonios»:
Labor Hospitalaria 303 (2012),
94-109.
29. Marysia
SZUMLAKOWSKA
DE YEPES, Amaneció de noche. Despedida de Narciso Yepes,
Edibesa,
Madrid 2006, 193s.
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